sábado, 22 de diciembre de 2007

FELIZ NAVIDAD


La realeza del refugiado
Nathan Stone sj
Mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. Lucas 2:6-7

Ha llegado el día para los que viven en la oscuridad. Los enfermos terminales, los refugiados, los prisioneros guardados en el fondo del calabozo, tan oscuro que no se distingue el día de la noche. Nos ha nacido un Salvador, un niño en pañales, durmiendo en un pesebre, tan poca cosa, y nuestro Señor.
Se hace hombre para los presos, los exiliados, los adictos. Entre el buey y la burra, Dios ha nacido, como los niños pobres, muertos de frío. No parece príncipe. No conoce sedas ni manjares. No es ni favorito ni conectado, sino más bien, desplazado por Augusto, y perseguido por Herodes. El Redentor de depresivos, rechazados y postergados pasa su primera noche asilado en un establo, con los pastores y sus animales, con los que son nadie en el mundo.
Imagínate la vergüenza de una madre al tener que acostar a su pequeño en un pesebre, porque cuna no tiene, porque a nadie le importa. Y ahí, lo cuida durante la noche, para que los ratones no le muerdan las orejas. Al otro día, atenta para que no le piquen las moscas. A este mundo, vino a nacer, no a otro.
Los que viven en tinieblas han visto una gran luz. Otros quizás no la ven, como la noche estrellada que no se aprecia en la ciudad, porque los halógenos enceguecen. Los desposeídos tienden a esconderse de la iluminación, porque deja en evidencia su humanidad a mal traer. Pasan desapercibidos por los espacios públicos y centros comerciales con su carreta o triciclo, recogiendo lo que encuentren, vendiendo lo que puedan, antes de volver a sus escondites periféricos. Y así también los decaídos, los relegados, y los marginados: los habitantes de aquella tierra de sombras que, como María y José, no encuentran un lugar en el mundo. Por su lejanía de la gran ciudad, pueden ver la gloria del Señor que se ha manifestado, la estrella que brilla en las tinieblas.
Los satisfechos y poderosos no la ven. Su entorno lleva tanto ruido, tanto brillo, que nunca se dan cuenta. Su salvación parece venir de otra parte. Sus reyes y señores son los ídolos transitorios de este mundo. Sus tesoros, honores y soberbias les hacen creer que prescinden del Mesías. Son los más perdidos de todos. Viven a oscuras, y no lo saben. El niño viene, también para ellos.
El mundo es a veces muy cruel e injusto. Existen imperios engreídos y mayorías postergadas; islas de opulencia y desiertos de carencia; hombres encumbrados y otros heridos, añorando su oportunidad. Si, por alguna razón, te identificas con los postergados, hoy te ha nacido un Salvador. Si te falta qué comer y donde vivir, ahora tienes un Mesías. Si quedaste sin tierra, sin patria, sin familia, tienes un Señor. Si te pesa el fracaso, la derrota, y la vergüenza, se nos ha dado un niño. En estas quebradas oscuras, en los corrales donde se juntan los que no tienen un lugar, como los refugiados de Belén, se ha dado a conocer la compasión desbordante del Señor.
Jesús nace como refugiado entre los más pobres. Los primeros en rendir homenaje al Rey de reyes son pastores indigentes, otros que, como él, no tienen donde ir, donde estar, donde reclinar la cabeza. Él asume nuestra humanidad en su manifestación más radical, más precaria, más frágil. Hombre como nosotros, sí, como los más aporreados, marginados y olvidados. Bien sabe de nuestras dolencias, pues, las conoce en carne propia. Por compasión, ha asumido la condición humana.
Al adorar al Dios Niño, pidamos pobreza con Cristo pobre, para parecernos más a él, para amar como él ama, y sentir la misma compasión que él siente. Acerquémonos como esclavito indigno, para ponernos al servicio del que nace en un establo. A este niño, y a todo niño que nace desamparado, vive fugitivo y muere condenado, como Jesús. El pobre es Cristo, Emmanuel, Dios con nosotros. La grandeza de nuestro Rey es su pequeñez.
njs.sj.amdg
Navidad